Europa está lista para su más difícil todavía en el espacio: aterrizar en Marte con su propia nave no tripulada. Un cohete Proton ruso despegará el lunes por la mañana desde Baikonur, en Kazajistán, con la mayor misión espacial más allá de la órbita terrestre que ha desarrollado nunca la Agencia Espacial Europea (ESA). Es la primera parte del programa ExoMars, cuyo objetivo es buscar vida en el planeta rojo, ya sea presente o extinta.
Viajar a Marte y no morir en el intento supone un enorme reto tecnológico, como demuestran un buen número de misiones frustradas durante los últimos 50 años. Entre ellas estaba el Beagle-2, un módulo de aterrizaje que lanzó la ESA en 2002 junto con la sonda Mars Express. Si bien esta última fue un rotundo éxito, la nave de aterrizaje nunca dio señales de vida. Hasta ahora, solo EE UU ha conseguido enviar a Marte vehículos móviles de exploración y es, junto a la extinta Unión Soviética, la única nación que ha logrado aterrizar con éxito en este planeta. Su delgadísima atmósfera presenta un descomunal desafío para cualquier sonda que intente frenarse lo suficiente como para evitar estrellarse sin remedio.
La misión que se lanza el lunes va a probar un módulo de aterrizaje totalmente nuevo, diseñado para entrar en la atmósfera marciana a 21.000 kilómetros por hora y frenar hasta unos 30 kilómetros por hora en tan solo seis minutos. El objetivo principal de este vehículo es probar todas las tecnologías necesarias para aterrizar en el planeta con éxito, para lo que se usarán primero un paracaídas, después un escudo térmico y por último retropropulsores, todos de nuevo diseño.
“Es una misión única”, ha explicado Álvaro Giménez, director de ciencia de la ESA, durante un encuentro con la prensa celebrado hoy en el Centro Europeo de Astronomía Espacial de la ESA, en Villanueva de la Cañada, cerca de Madrid. “ExoMars nos permitirá demostrar que somos capaces de aterrizar en Marte”, ha resaltado.
La nueva misión de la ESA, realizada en colaboración con Rusia, despega el lunes a las 10:31 hora peninsular española. En las tripas del cohete, además del módulo de aterrizaje, viaja el satélite para el estudio de gases traza (TGO). Su objetivo es orbitar Marte a una altura de unos 400 kilómetros. Uno de los mayores misterios del planeta rojo es la presencia de pequeñas cantidades de metano en su atmósfera. En la Tierra este gas es casi siempre señal inequívoca de vida y es posible que también en Marte se deba a esa razón. Una de las principales misiones del TGO será analizar la atmósfera marciana en busca de rastros de ese gas. Otro de los instrumentos buscará depósitos de agua helada a hasta un metro bajo tierra.
El TGO será el mejor instrumento enviado nunca para analizar los gases traza en la atmósfera marciana. Su precisión “es varios órdenes de magnitud superior a la conseguida por cualquier otra agencia espacial y va a suponer un antes y un después para la decisión de si merece la pena enviar misiones tripuladas a Marte”, ha dicho Pedro Duque, astronauta de la ESA, por videoconferencia.
La misión tardará siete meses en llegar a Marte. Tres días después de haber alcanzado el planeta el TGO se quedará en órbita sobre Marte mientras el módulo de aterrizaje se despegará y comenzará su descenso.
“Es la primera vez” que una misión tiene esta arquitectura doble; “desde que se lanzaron las sondas Viking en los años 70 [las primeras de EE UU que lograron aterrizar], no se suelen combinar porque hace las misiones más complejas”, ha explicado Silvia Bayón, ingeniera de sistemas del satélite ExoMars.
Uno de los objetivos de esta misión es allanar el camino para la llegada del primer vehículo de exploración marciana liderado por Europa, que se lanzará en 2018. ExoMars 2016 ayudará a determinar dónde aterrizará el futuro rover marciano, a ser posible un lugar con presencia de agua en el que las posibilidades de encontrar vida sean mayores. El vehículo europeo será el primero capaz de perforar la superficie marciana con un taladro hasta los dos metros de profundidad, algo importante pues muchos expertos piensan que si en Marte hay vida, se trata de bacterias que probablemente vivan en el subsuelo para protegerse de la radiación solar. La decisión final sobre la zona de aterrizaje se tomará en 2017.
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